Time of my life...

lunes, 1 de marzo de 2010

Tenía que haberla llamado



Esperaba con el resto de agentes para asaltar aquella casa. El superior nos informó esta mañana de un soplo en el que le informaban de que iba a estallar una bomba hoy por la noche, y tenemos que vigilar cualquier movimiento extraño desde media tarde hasta el amanecer. Sólo llevamos un par de horas y ya deseo volver a casa con mi mujer.

Esta mañana hemos discutido después de la llamada del jefe para montar guardia. Estas cosas no me dejan muy buen humor, porque siempre somos los mismos los que pringamos en estos marrones. Ni siquiera recuerdo qué me dijo para que nuestra conversación desencadenara en una calurosa discusión, sólo recuerdo salir de casa ofuscado por la ira. Tenía que haberla llamado. Debo aprender a tragarme este estúpido orgullo mío. Tenía que haberla llamado, ni siquiera sé qué hará hoy ni donde estará. Tal vez haya ido a visitar a Elsa, su mejor amiga; o tal vez la haya invitado a casa. Espero que esté con Elsa. Al principio tenía recelo de ella, porque es extranjera, pero terminé por cogerle cariño. Ella siempre llega a casa con una sonrisa e ilumina nuestro hogar, es agradable tenerla cerca, refrescante. Espero que esté con mi mujer en casa, porque Elsa vive por esta zona y no me gustaría que, en caso de que explote una bomba, ella y su marido salgan heridos, ni mucho menos mi mujer.

Miré a mi alrededor y todas las caras me devolvían miradas tediosas, es evidente que ellos también quieren volver a sus hogares. Me pregunto qué motivos, a parte de lo letárgico que resulta el trabajo, tendrán para volver a sus vidas, cuál será su historia. Puede que deseen volver con sus hijos para jugar a la Oca, no sé. A veces la curiosidad por estas cosas tan simples me mata.

De repente, pasadas ya tres horas y media, oímos la señal de alarma. Algo va mal abajo. Descendimos corriendo por la colina y entramos en la casa por la puerta derribada por uno de mis agentes. Nos dispersamos, yo subí arriba con el que suele ser mi compañero más común de guardias, David. Él inspecciona el baño, y yo lo que tiene pinta de ser la habitación principal. Una manta de colores cálidos cubre la cama de matrimonio. Escudriño con la mirada en la oscuridad, al fondo adivino una silueta, no consigo distinguir si es de un hombre o de una mujer, pero tiene algo muy grande en las manos. La bomba. Lleva la bomba. Aún no parece que la haya activado… ¿Qué hago? ¡Debo pensar algo rápido! ¡¿Qué hago?! ¡¡NO TENGO TIEMPO PARA PENSAR!! O le disparo o me mata. O le disparo o nos mata a todos.

La silueta empezó a acercarse a mí mientras me decidía, así que según se aproximaba disparé sin pensar, aterrado de su proximidad, tres tiros. Hombro izquierdo, pecho y bomba. La silueta dejó escapar un grito femenino y de la bomba salieron plumas.

Me quedé helado. No puede ser, no…

Alguien me arrojó al suelo y me sacó de mi estado de letargo. ¿Elsa? Ella no paraba de zarandearme, de gritarme y de llorar. Yo no distinguía nada de lo que decía, sólo podía mirar con los ojos en blanco las paredes llenas de fotografías de Elsa y su marido. No puede ser. Hice acopio de fuerzas y le dije:

-Elsa ¿Es esta tu casa?

David entró en la habitación, guiado por el llanto de Elsa, sin protección ni arma alguna.

El soplo era falso. Tenía que haberla llamado.