Time of my life...

jueves, 29 de octubre de 2009

Oscuridad en Halloween

Sentada en mi cama, embozada en mi manta y abrazando un cojín carmín. Tiemblo. Un frío interior me sobrecoge. Me arropo más con la manta, intentando tapar cada superficie de mi piel que no estuviera cubierta, pero nada, mis esfuerzos son nulos.

Frío, frío, frío, más frío, sólo frío ¡NO ESPERA! Calor, ¿o frío? No, calor, sí, calor. De repente me sobreviene una oleada de calor por todo el cuerpo y comienzo a sudar, el camisón se adhiere a mi piel como si estuviese cargado de electricidad estática. Arrojo con impaciencia la manta a una silla de la habitación y miro el reloj.

Es la hora.

No sólo eso. Ha pasado media hora. Tras barajar las posibilidades, plantearme si ir a la cocina o no y mentalizarme del esfuerzo que me iba a costar, decidí despedirme de mi cama e ir a la cocina, pero al levantarme y ponerme en pie se me fue la cabeza, las piernas me fallaron y me senté de golpe en la cama unos minutos, esperando recuperar un poco mis fuerzas para no caer desplomada en la alfombra.

Cuando pude, me acerqué a abrir la puerta y titubeé. No había salido de la habitación en 2 días por la fiebre que llevaba arrastrando desde el jueves.

Por fin me decidí por abrir la puerta y la luz de mi habitación iluminó el pasillo con un resquicio de luz. Asomé la cabeza tapando parcialmente esa ranura luminosa y grité:

- ¡¿Hola?! ¡¿Hay alguien?! ¡¿Mamá?!

Silencio fue la única respuesta. No había nadie ¿Porqué no había nadie? Me daba miedo salir a la oscuridad. Siempre me ha dado miedo la oscuridad, sobre todo la noche de Halloween, la noche más oscura del año, eso nunca me había seducido, y hoy era esa noche. Sábado 31 de Octubre. Halloween.

En esos momentos, en ese día, me aterraba ir a ningún lado, y más aún cruzar el umbral que me llevaría al oscuro pasillo para llegar hasta la cocina, pero tenía que ir. Mi cuerpo no aguantaría mucho más los cambios de temperatura corporal producidos por la fiebre, necesitaba tomarme la medicina.

- Cogeré el móvil- me dije a mí misma.

El móvil iluminaría mínimamente el recorrido hasta la cocina, y además, para estar más tranquila, siempre podía girar para ver la luz de mi habitación proyectándose en una porción del pasillo y quedarme más tranquila. No paraba de preguntarme porqué no había luz en esta parte de la casa, porqué sólo había en las habitaciones. Con estas circunstancias me costaba muchísimo moverme por la casa, de día menos, pero de noche más, y en Halloween era como revivir mis peores pesadillas.

Torpemente, con la poca luz que proporcionaba el teléfono y girándome cada vez que me agobiaba, llegué a la cocina y pude encender la luz. Abrí el armario que estaba encima del microondas, aparté el bote de cacao dejándolo en su sitio (mi madre siempre hacía lo mismo), moví un botecito de canela y otro de pimienta, alargué el brazo al fondo y ahí estaba mi medicina. Saqué una pastilla efervescente, y dejé que burbujeara, bailara y se deshiciera en un vaso de agua tibia.

Al terminar el baile etéreo de las burbujas en el agua, me bebí el contenido del vaso y comencé a prepararme mentalmente a mi misma para volver a la habitación.

Todo iba bien hasta que repentinamente se fue la luz. Todo a mi alrededor se vino abajo. Me quedé paralizada, no sabía que hacer.

Mi único impulso fue alargar los brazos hacia la oscura nada en busca de una pared. Estuve un buen rato tanteando en el aire y escudriñando en el infinito, hasta que toqué algo macizo, la pared. Miré a todas partes y no vi nada en la noche más oscura del año. De repente tuve la sensación de que un hombre en la oscuridad se abalanzaba sobre mi, presa de pánico lo único que pude hacer fue agazaparme en el suelo y hundir mi cabeza en las rodillas para esperar a que pasara todo y coger aire como bien pudiera.

Casi sin darme cuenta, me percaté de que estaba hiperventilando, y lo peor es que desde ese momento todo fue peor, porque me faltaba el aire más que nunca, me agobié con una sensación de estar rodeada de miles de manos que se aproximan a mí en la oscuridad, notaba a todas en torno a mí… monstruos, seres, fantasmas… todo invadía mi espacio vital, me despojaban del poco aire que me quedaba hasta el punto de que el demonio de lo perverso me arrebató todo. Mi cabeza comenzó a darme vueltas, mi temperatura subió, el calor se apoderó de mi cuerpo de una forma inhumana, bárbara y salvaje, el mundo se arremolinó a mi alrededor, me sentía en medio de un agujero negro, no tenía fuerzas ni para gritar o siquiera pedir ayuda, y me desplomé en el suelo.

Desperté y me dirigí a mi habitación un poco mareada. Aún tenía fiebre. Cogí mi manta de la silla, trepé a mi cama y me tumbé arropada. Comencé a reflexionar en mis cosas. Casi sin apenas percatarme, sumida en mis pensamientos, terminé sentada en mi cama, embozada en mi manta y abrazando un cojín carmín. Tiemblo. Un frío interior me sobrecoge. Me arropo más con la manta, intentando tapar cada superficie de mi piel que no estuviera cubierta, pero nada, mis esfuerzos son nulos.

Frío, frío, frío, más frío, sólo frío ¡NO ESPERA! Calor, ¿o frío? No, calor, sí, calor. De repente me sobreviene una oleada de calor por todo el cuerpo y comienzo a sudar, el camisón se adhiere a mi piel como si estuviese cargado de electricidad estática. Arrojo con impaciencia la manta a…





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